Primeras perspectivas en Dublineses, de James Joyce, por Francisco Rodríguez Sotomayor
I
Los tres relatos que abren el libro Dublineses (Las hermanas, Un encuentro, Arabia) comparten el ser narrado en primera persona por infantes o jóvenes. El narrador de Las hermanas es, entre los tres, el que más habla de forma circunspecta, casi como espectador o testigo. En Un encuentro y Arabia la acción de quien narra toma cierto vigor, tiene una corporeidad definida y capaz de generar movimiento dentro del universo (que en este libro y en Joyce se llama Dublín) donde estos personajes viven.
II
Un encuentro inicia con la descripción de cómo el narrador y muchos de sus compañeros solían imitar situaciones del Salvaje Oeste, influenciados por números de Union Jack, Pluk y The Halfpenny Marvel. El narrador considera que estas novelas inspiradas en el Viejo Oeste “abrían puertas de escape”, y que su lectura era en secreto, pues las autoridades del colegio las consideraban inmorales. Pese a esto el narrador no desistía: “Empezaba a sentir otra vez el hambre de sensaciones sin freno, del escape que solamente estas crónicas desaforadas parecían ser capaces de ofrecerme.” Sin embargo, hay un punto donde el tedio invade esta dimensión lúdica, y el personaje siente la necesidad de salir al mundo real, de experimentar verdaderas aventuras: “Pero esas verdaderas y aventuras, pensé, no le ocurren jamás a los que se quedan en casa: hay que salir a buscarlas en tierras lejanas.”
III
El personaje busca cualquier manera de sustraerse a la monótona rutina escolar, es entonces cuando planifica una escapada a un sitio lejano, junto con su compañero Mahony. Ambos hacen una travesía hasta el suburbio de Ringsend y allí pasan el resto de la jornada de forma dispersa, cuando un extraño suceso acaece: “Estábamos solos en el campo. Después de estar echados en la falda de la loma un rato sin hablar, vi un hombre que se acercaba por el lado lejano del terreno.”
IV
La misteriosa figura del hombre se sienta a un lado de los muchachos, y en su hablar va revelando una naturaleza incómoda, chocante, que primero busca congraciarse con los niños platicando “del tiempo” o de cierta “época feliz”, pero que no tarda en asomar tendencias de colores menos agradables: “El hombre nos preguntó que quién de los dos tenía más novias.” Para el narrador, el que este sujeto hablase acerca de esto con tanta soltura le avivaba alguna sospecha: “Me disgustó oírlo de sus labios, y me pregunté por qué le darían tembleques una o dos veces, como si temiera algo o como si de pronto tuviera escalofríos.” Es claro que este personaje establece intranquilidad en el ánimo del narrador, pero él mismo no acierta (u omite) el porqué.
V
El hombre se separa unos minutos de los jóvenes, y durante su ausencia el narrador le dice a su compañero: “En caso de que nos pregunte el nombre, tú te llamas Murphy y yo me llamo Smith.” Es sólida la aprensión que origina la presencia del hombre, y se hace definitiva a su retorno. El narrador y el hombre ven cómo Mahony persigue a un gato por el campo, y el hombre deja atisbar lo mórbido que venía anunciando su apariencia y conversación: “Me dijo que mi amigo era un travieso y me preguntó si no le daban una buena* en la escuela. (…) Empezó a hablar sobre la manera de castigar a los muchachos (…) Dijo que cuando los muchachos eran así había que darles una buena y darles duro. (…) Me describió cómo le daría una paliza a semejante mocoso como si estuviera revelando un misterio barroco (…) y su voz, mientras me guiaba monótona a través del misterio, se hizo afectuosa, como si me rogara que lo comprendiera.” El narrador, azorado por esta trastornada confesión, hace lo posible por huir disimuladamente del lado del sujeto, y como desesperado llamó a su amigo “¡Murphy!”. Al final no hay un verdadero desenlace o clímax, no hay sino la enunciación de un peligro y la desazón interior del personaje.
VI
En Arabia, la descripción del espacio ya empieza a hacer eco en las cavernas interiores de la narración: “North Richmond Street, por ser un callejón sin salida, era una calle callada, excepto a la hora en que la escuela de los Hermanos Cristianos soltaba sus alumnos.” (“North Richmond Street, being blind, was a quiet street except at the hour when the Christian Brothers’ School set the boys free”). Desde el vamos está la imagen de una calle ciega, cosa que funde al personaje con su espacio, porque este narrador padece una ceguera desde que ve a la hermana de uno de sus amiguitos de la calle, hecho que origina gran conmoción en su fuero interno: “Todas las mañanas me tiraba al suelo de la sala delantera para vigilar su puerta. Para que no me viera bajaba las cortinas a una pulgada del marco. Cuando salía a la puerta mi corazón daba un vuelco.”
VII
Este personaje se encuentra atrapado, una fuerza lo domina, y la imagen de la muchacha se torna en un objeto sagrado: “Su imagen me acompañaba hasta los sitios más hostiles al amor”. Cuando relata y describe su caminar por las calles pobres de Dublín: “Imaginaba que llevaba mi cáliz a salvo por entre una turba enemiga.” Hay una idealización profunda que agita el corazón mismo del cuento, un cristal que a duras penas se mantiene en pie, y que algún soplo espera derribar de su precaria cima.
VIII
La primera interacción entre el narrador y la muchacha es un brevísimo diálogo en el que ella le pregunta si él irá a “Arabia” (un bazar), lugar al que ella deseaba asistir, pero al que no iría por un compromiso religioso. Él irreflexivamente le dice: “Si voy, te traigo alguna cosa”. Esta “cosa” suena a tesoro (u ofrenda). El personaje se obsesiona con ir a aquel sitio: “No tenía ninguna paciencia con el lado serio de la vida que ahora se interponía entre mi deseo y yo, y me parecía juego de niños, feo y monótono juego de niños.”
IX
El narrador (luego de una árida espera) logra que su tío le de dinero y permiso para ir a la feria. Se monta en el tren y, cuando llega a Arabia, halla que las luces que proyectaba su desenfrenada mente sobre el evento fueron de súbito apagadas por la realidad. El sitio estaba prácticamente desierto: “Reconocí ese silencio que se hace a las iglesias después del servicio.” La rimbombante imagen que había reflejado la muchacha sobre el lugar en un instante se desvanece, dejando al narrador “como una criatura manipulada”, inerme en medio del vacío de su propio deseo.
X
Los tres jóvenes narradores que inauguran Dublineses poseen una voz que oscila entre la profunda atención de los hechos exteriores y la impresión de que muchas de estas imágenes escapan de su comprensión, y que se calan en ellos (y, por extensión, en el relato) de forma sutil pero ineluctable. Las tres historias abren el universo de Dublín a través de impactos pequeños e intensos, lo suficientemente fuertes para agrietar la percepción y dejar que haya una ruptura significativa en la interioridad de los personajes y del lector. Sea el rostro del padre Flynn, el hombre subiendo la colina o la chica en la casa vecina, son contactos que hay entre el narrador y un mundo que lo (des)configura, y los relatos siguientes, narrados en tercera persona, lo que hacen es expandir este Dublín cuyos dublineses están como sujetados por algo que ninguno alcanza a nombrar.
* En el texto original aparece como: “He said that my friend was a very rough boy and asked did he get whipped often at school”. "Whipped” es azotado en inglés. Así que por "una buena" se refiere a "una azotada".
Francisco Rodríguez Sotomayor
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