Anotaciones sobre Las hermanas, un cuento de James Joyce, por Francisco Rodríguez Sotomayor
I
Desde el primer párrafo Las hermanas (relato que abre el libro Dublineses, de James Joyce) establece la sensación que impregna la narración entera: la inminencia. El narrador, un joven (tal vez niño) está a la expectativa de la muerte del padre Flynn, cuya imagen sirve de eje narrativo. El joven narrador merodea alrededor de la ventana del enfermo buscando señales sobre si expiró o no. Su aproximación es de una curiosidad por un mundo ajeno y furtivo.
II
Al final el joven se entera de la muerte del padre Flynn de la boca de un odioso personaje que visita su casa una noche, el viejo Cotter. En este pasaje del relato, hay una conversación entre los tíos del narrador y el señor Cotter. Éste último asoma un peligro en la cercanía que existe entre el narrador y el padre Flynn, pero sin nunca terminar de decir con solidez cuál es ese riesgo. Eso mismo resalta: “Me rompí la cabeza tratando de adivinar qué quería él decir con sus frases inconclusas.” Me parece que este pasaje es esencial, pues le da al cuento quitándole, el lector acompaña al narrador en el no saber, en el sentir cómo cosas se escapan de su entendimiento. La narración es lo que se narra tanto como lo que no se narra.
III
Al día siguiente, el joven se encuentra con un letrero que anuncia la muerte del padre James Flynn (1 de julio de 1895). Su reacción es “leer el letrero me convenció de que se había muerto”. El narrador pasa a esbozar con detalle cómo eran los encuentros entre él y James Flynn. Éste le enseñó los fundamentos de la misa, el significado del pecado y en general las conversaciones eran en torno a la Iglesia. Nos deja en claro que el fallecido era una suerte de guía religioso y espiritual; empero, interiormente parece existir una ruptura con el dogma debido a la muerte de Flynn: “Me pareció extraño que ni el día ni yo estuviéramos de luto y me molestó descubrir dentro de mí una sensación de libertad, como si me hubiera librado de algo con su muerte.” Esto resuena con la frecuente apostasía de los personajes de Joyce, mejor detallado en su Retrato del artista adolescente.
IV
La tía del narrador lo lleva al velorio de Flynn. Allí entran en la historia las hermanas que le dan título al relato: Nannie y Eliza. La primera no tiene ni una línea de diálogo, su rol es casi nulo, relegada a ser una pieza muda del armazón del cuento. Eliza es la que conversa con la tía sobre todo lo que padeció el finado antes de morir, y sus hermanas que lo cuidaron.
V
La atmósfera que construye Joyce en este último pasaje instaura el silencio: “Insistió en que cogiera galletas de soda, pero rehusé porque pensé que iba a hacer ruido al comerlas”. O también con: “Nadie hablaba: todos mirábamos a la chimenea vacía”. Me encanta esa imagen de que todos miran a un fuego apagado. Hay un marcado contraste en el diálogo entre la tía y la hermana Eliza (que va narrando los últimos días del padre Flynn) y los otros dos personajes (el narrador y la hermana Nannie) que están como arrinconados. Además, el espacio está impregnado de la ausencia de Flynn: se habla tanto sobre él que al mismo tiempo se arrastra de manera incorpórea, subyacente.
VI
Eliza describe que el señor Flynn sufrió algún tipo de afección mental, pero nada concreto se sabe. La hermana cuenta que "empezó a descontrolarse, hablando solo y vagando por ahí como un alma en pena."
VII
El meollo narrativo reside en una especie de engaño. Desde el título hasta la última palabra, la intención parece ser llevarnos a un lugar donde no hay suelo. Esta relación nos hace hurgar siempre en el sitio equivocado. Joyce construye una presencia a través de la ausencia, y una ausencia a través de la presencia. Nos narra a través de un niño que oye y desoye, que habla pero procura callar, que busca ser una suerte de vasija donde voces exteriores se asientan y cuentan por él. Cada trazo de este cuadro es inacabado, apuntan a un núcleo exterior a sí mismo.
Francisco Rodríguez Sotomayor
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